En 1844, un político y diplomático de signo conservador, Manuel Díaz de Bonilla, publicaba en la capital de México la primera traducción al español del célebre manual de urbanidad que el placentino Melchiorre Gioia había publicado en 1802 y que había ido ampliando y modificando hasta su versión definitiva de 1827, en el que explicaba con todo detalle la que llamaba politezza, que caracterizaba a la persona educada (polita). Precisamente la primera dificultad con la que se enfrenta el traductor es la de encontrar equivalentes para los términos claves del texto de Gioia, como este, o como otro creado por él, ragione sociale, inexistente también en español, pero que traduce literalmente (razón social) gracias a que define de manera minuciosa este concepto justo después de haberlo nombrado en el prefacio del libro. Díez de Bonilla hizo una meritoria traducción, que se caracteriza entre otras cosas por su afán de adaptación al contexto americano. En efecto, son numerosos los añadidos del traductor para englobar la realidad de las nuevas repúblicas independientes (o más bien, sus clases pudientes) en ese admirado código de comportamiento. En este párrafo, añadido por Díez de Bonilla, con pleno patriotismo, se augura una nueva moralidad para ellas: «En las repúblicas, donde la virtud forma el principal de sus elementos constitutivos, desaparecen por lo regular esas nomenclaturas vacías de significación y propias de la altivez y la soberbia; y según que son más ó menos adelantadas en moralidad y saber, su patriotismo y amor á lo que es bello en sí y merecedor de sólida estima, así son mas o menos inclinados al aparato y pomposidad de ecsagerados tratamientos y condecoraciones.» Pero no faltan otros añadidos más prosaicos, como esta clara alusión al carácter picante de la comida mexicana (en cursiva lo añadido): «La comida se fue así retardando de tal modo que en muchas capitales, tanto de Europa como de América, ha cesado actualmente en mucha parte la costumbre de la cena; lo que es una ventaja hasta para la salud, particularmente donde, como entre nosotros, la alimentación es tan incendiaria.»
Resulta en cierto modo paradójico que un hombre de ideología conservadora eligiera, entre los muchos que el siglo XIX (en todos los países europeos), el manual de buenas maneras de Gioia, un auténtico revolucionario, que llegó a pasar por la cárcel en más de una ocasión por su rebeldía ante diferentes gobiernos. Alguna explicación encontraríamos quizá si conociéramos los detalles de su estancia en Italia entre 1835 y 1839 como enviado especial y ministro plenipotenciario del gobierno de México ante la Santa Sede, donde consiguió que el papado reconociera oficialmente a su país.